Al día siguiente atravesamos la región de Moldavia. El recorrido nos llevó a través de unos bosques realmente preciosos. El paisaje era muy parecido al de Suiza y aunque la carretera era a veces bastante mala (incluso con tramos de ripio) mereció la pena el recorrido. Nuestro primer destino era el monasterio de Putre, aunque finalmente decidimos visitar otro monasterio (en donde por cierto, encontramos a otro personaje “peculiar”, curiosamente también de Barcelona).
Durante el camino nos paramos a conversar con unos motoristas Polacos bastante auténticos. Uno de ellos tenía una DR BIG totalmente tapizada en cuero y con todo tipo de adornos. Unos personajes realmente simpáticos y auténticos que habían pasado unos días montando en moto y durmiendo al raso.
Después de hacer la obligada visita a un monasterio bastante bucólico, decidimos que era el momento de cruzar la frontera de Ukrania. A pesar de que estábamos algo cansados y de que habíamos visto unos hoteles interesantes continuamos en dirección a Ukrania, al paso de Siret, cercano a la población de Civernici donde poco después pasaríamos la noche.
La frontera de Ukrania nos recordó a la de las películas de espías. Era lenta y tensa. Nos solicitaron toda la documentación (pasaportes, documentación de la moto, seguro…) Al rellenar la documentación nos trataron un poco displicentemente y el tiempo que estuvimos a la espera de pasar la aduana, pudimos estudiar como funcionaba todo el proceso. De entre todos los implicados en el paso aduanero, al que le cogimos mas cariño era un militar pequeñito al que apodamos cariñosamente el “chupagoles”. Este tipo graciosillo y orondo, no tenía ningún poder a la hora de tramitar los papeles, pero ponía la mano siempre que alguien estaba en apuros.
Al rato el oficial aduanero vio en nuestras caras que no íbamos a aceptar un “no” por respuesta y que estaríamos en la aduana el tiempo que fuera necesario y finalmente con un gesto de lamento decidió sellar nuestra documentación. Entrábamos en Ukrania.
Al rato el oficial aduanero vio en nuestras caras que no íbamos a aceptar un “no” por respuesta y que estaríamos en la aduana el tiempo que fuera necesario y finalmente con un gesto de lamento decidió sellar nuestra documentación. Entrábamos en Ukrania.
Ukrania nos recibió con una autovía enorme, recta y solitaria a la que acompañaba una grandiosa puesta de sol. Atravesamos con una sonrisa interminable los primero kms de Ucrania sin prisas, disfrutando de haber llegado a este lugar. Los niños que jugaban en los laterales de las carreteras nos miraban con una cara de asombro indescriptible, sinceramente podrían haber aterrizado tres marcianitos verdes en una nave espacial y hubieran puesto la misma cara.
Del hotel de Civernici con baño compartido con el resto de los huéspedes y decorado en verde mejor no hablar, pero eso era lo de menos, estábamos en un país nuevo, desconocido y con la sensación de haber llegado a nuestro destino y de que a partir de entonces cada kilómetro nos acercaría más a casa.