jueves, 23 de agosto de 2007

Llegada a Ukrania.


Al día siguiente atravesamos la región de Moldavia. El recorrido nos llevó a través de unos bosques realmente preciosos. El paisaje era muy parecido al de Suiza y aunque la carretera era a veces bastante mala (incluso con tramos de ripio) mereció la pena el recorrido. Nuestro primer destino era el monasterio de Putre, aunque finalmente decidimos visitar otro monasterio (en donde por cierto, encontramos a otro personaje “peculiar”, curiosamente también de Barcelona).

Durante el camino nos paramos a conversar con unos motoristas Polacos bastante auténticos. Uno de ellos tenía una DR BIG totalmente tapizada en cuero y con todo tipo de adornos. Unos personajes realmente simpáticos y auténticos que habían pasado unos días montando en moto y durmiendo al raso.

Después de hacer la obligada visita a un monasterio bastante bucólico, decidimos que era el momento de cruzar la frontera de Ukrania. A pesar de que estábamos algo cansados y de que habíamos visto unos hoteles interesantes continuamos en dirección a Ukrania, al paso de Siret, cercano a la población de Civernici donde poco después pasaríamos la noche.


La frontera de Ukrania nos recordó a la de las películas de espías. Era lenta y tensa. Nos solicitaron toda la documentación (pasaportes, documentación de la moto, seguro…) Al rellenar la documentación nos trataron un poco displicentemente y el tiempo que estuvimos a la espera de pasar la aduana, pudimos estudiar como funcionaba todo el proceso. De entre todos los implicados en el paso aduanero, al que le cogimos mas cariño era un militar pequeñito al que apodamos cariñosamente el “chupagoles”. Este tipo graciosillo y orondo, no tenía ningún poder a la hora de tramitar los papeles, pero ponía la mano siempre que alguien estaba en apuros.
Al rato el oficial aduanero vio en nuestras caras que no íbamos a aceptar un “no” por respuesta y que estaríamos en la aduana el tiempo que fuera necesario y finalmente con un gesto de lamento decidió sellar nuestra documentación. Entrábamos en Ukrania.



Ukrania nos recibió con una autovía enorme, recta y solitaria a la que acompañaba una grandiosa puesta de sol. Atravesamos con una sonrisa interminable los primero kms de Ucrania sin prisas, disfrutando de haber llegado a este lugar. Los niños que jugaban en los laterales de las carreteras nos miraban con una cara de asombro indescriptible, sinceramente podrían haber aterrizado tres marcianitos verdes en una nave espacial y hubieran puesto la misma cara.



Del hotel de Civernici con baño compartido con el resto de los huéspedes y decorado en verde mejor no hablar, pero eso era lo de menos, estábamos en un país nuevo, desconocido y con la sensación de haber llegado a nuestro destino y de que a partir de entonces cada kilómetro nos acercaría más a casa.

De alguna parte de los Carpatos a Sinashagora y Georginhi.






Al día siguiente, decidimos desayunar prontito y salir corriendo de ese apestoso hotel de carretera, nos esperaban más de 400km de ruta por delante. La carretera mejoraba y el clima también. Encontramos un tramo que atraviesa un Parque Nacional con unos cortados impresionantes. En una parada nos encontramos a un ciclista de Barcelona, que andaba por esas carreteras de Dios y nos pareció un personaje bastante peculiar y raro. Después de reflexionar un poco con él, Carlos se hizo una pregunta en voz alta y con cara de preocupación: ¿Nos verán igual ellos a nosotros? En clara referencia al personaje tan “Friki” que nos habíamos encontrado saliendo de un túnel en bici a 3000km de su casa. No era el primero ni el último que nos encontraríamos.
Poco después de echar gasolina, Carlos se llevó la segunda multa del viaje por circular 40km por encima del límite. La multa (unos 30€) no pudimos pagarla porque no llevábamos moneda local. En cualquier caso, la policía de Rumania se mostró muy correcta y amable en todo momento.
El día continuaba y la ruta cada vez era más atractiva. Por fin llegamos a Sibiú, que nos pareció bastante bonita aunque nada del otro mundo. No entendimos muy bien el concepto de capital cultural, pero pudimos ver sus monumentos más característicos antes de partir hacia Sinashgora, un pueblo realmente bonito con su castillo, sus murallas y sus “hippies”. Y es que estaba lleno de “hippies”, con sus pelos de sobaco y todo. Finalmente no pudimos encontrar alojamiento en dicho pueblo y partimos 150km más en dirección a Georginhi. Fue la mejor parte de la ruta, una carretera muy bien asfaltada, con el atardecer a nuestras espaldas y con unas curvas que se metían entre los pinos y los árboles. Había momentos en que la frondosidad del bosque tapaba por completo la luz y parecía que estuviéramos en un túnel de colores verdes.

Brasof a Sibiú (primer intento)




Salimos de Brasof a primera hora en dirección a Sibiú, capital cultural europea (punto de referencia para nuestras ansiedades culturales). Decidimos tomar una carretera que atravesaba los pueblos más auténticos de Rumania.
La carretera en si, era bastante resbaladiza y llena de agujeros con lo que debíamos ir bastante atentos en todo momento.
Llegados a un cruce nos encontramos con unos motoristas rumanos que nos aconsejaron algunas carreteras y una ruta alternativa para poder llegar a Sibiú atravesando el pico más alto de toda Rumania.
La verdad que nos desviábamos totalmente de la ruta, pero decidimos que no podíamos saltarnos un sitio tan recomendable.

La subida fue realmente divertida, acompañados en todo momento de la más característica de las nieblas de las películas del Conde Drácula y de unos cortados realmente impresionantes.
La bajada fue un dolor. Tras atravesar el punto más alto y emprender el descenso comenzó a caer una “estupenda” tormenta. Por si fuera poco, la carretera estaba llena de agujeros, con lo que algún lumbreras del ministerio de obras públicas rumano decidió que lo mejor era tapar la carretera con arena y graba. Fue bastante divertido ver como practicábamos enduro entre camiones y furgonetas. Después de unos 30kms y viendo que las condiciones no mejoraban decidimos parar a comer en un hotel de carretera en el que finalmente decidimos dormir (no paraba de llover). Del Hotel mejor no hablar.
Esa noche la pasamos finalmente viendo una película en el ordenador de Fernando (la venganza de Don Mendo, un clásico del cine español).

De Bucarest a Brasof.

Al día siguiente nos levantamos algo mas tarde de lo que pretendíamos y decidimos hacer una ruta tranquila. Viajamos por unos 60kms antes de abandonar la autovía y tomar una carretera nacional excepcional con muchas curvas y buen asfalto atravesando bosques y pequeños pueblos y con alguna subida a algún puerto pequeño. Una verdadera delicia. 100 kms más tarde nos encontrábamos en Brasof.
Brasof es una pequeña ciudad amurallada a unos 30 minutos de una estación de ski, por lo que está muy animada tanto en invierno como en verano. Lo mas interesante podría ser un telecabina que nos transporta a una colina desde donde se podría observar toda la ciudad, una lástima que el restaurante que tiene las mejores vistas estuviera cerrado y solo se pudiera estar en una terraza que daba a un pinar. Bastante absurdo.
Esa noche solo nos dio tiempo a cenar algo en una terraza y ver como caía una tormenta al mas puro estilo de transilvania.

De Sofía a Bucarest.

Ese día madrugamos más que nunca, a las 7,30h de la mañana el buffet del hotel estaba lleno de abuelitos que devoraban toda clase de cereales y frutas. Carlitos casi acaba con toda la comida, la noche anterior no habíamos cenado prácticamente nada.


A pesar del madrugón, Sofía ya llevaba algunas horas en movimiento y encontramos algo de tráfico antes de poder llegar a la “autovia” que nos sacaría del centro de Bulgaria.
Para poder llegar a Rumania es necesario

atravesar unos montes de poca altura por alguno de los muchos pasos que se encuentran a medida que avanzamos hacia el este en dirección a Varna, capital del turismo de Bulgaria en el Mar Negro.
Finalmente decidimos ahorrarnos la visita al Mar Negro, no es la playa lo que más nos interesa en este viaje, aunque si hubiéramos tenido más tiempo nos hubiera gustado estar un par de días en remojo en las costas del mar Negro.
Durante el camino encontramos búlgaros que hablan español porque viven en nuestro país y regresan a Bulgaria para pasar unos días de vacaciones con la familia. Uno de ellos se tomo la molestia de explicarnos la importancia de los montes que estábamos atravesando. Parece ser que durante el siglo XIX los turcos trataron de invadir lo que hoy se conoce como Bulgaria, y fue precisamente en esos montes donde se libraron las batallas más determinantes. Tal y como nos contaba nuestro esforzado amigo búlgaro, fueron los rusos y el invierno las mejores ayudas para conseguir defenderse de estos turcos y fue en estos bosques donde finalmente los turcos se dieron por vencidos.
Después de comprobar que había un monumento a estas batallas en lo alto de estos montes continuamos nuestro viaje en dirección a Bucarest.


Por el camino encontramos, como es habitual, amigos peculiares. En este caso nos cruzamos con un motorista que se dirigía a una concentración de motos en el centro de Bulgaria sobre una Ural de 1960. Nos advirtió unas 13120187312 veces del peligro de las carreteras de camino a Ruse, la ultima ciudad antes de llegar al Danuvio. Me hubiera gustado ver la cara de este tranquilo búlgaro si nos hubiera visto volando por las deterioradas carreteras adelantando camiones y coches a un ritmo realmente alegre.


Finalmente llegamos a Ruse, una ciudad industrial, gris y bastante poco recomendable en la que la carretera era realmente un dolor. Atravesamos Ruse en pocos minutos y llegamos a la frontera con Rumania, que nos conduce a un puente sobre el Danuvio que comienza en Bulgaria y acaba en Rumania. Fue bastante triste ver un vertido industrial sobre el río. Parece ser que el respeto al medioambiente no se tiene en cuenta en esta parte de Europa.
A Bucarest llegamos 480km después de salir de Sofía y por una autovia bastante correcta, que está plagada de pasos de peatones lo que hace más interesante el viaje y el día a día de los muchos rumanos que viven en las casas que rodean dicha carretera.
Bucarest, nos pareció una ciudad mas activa y mas desarrollada que Sofía, incluso pudimos ver que muchas de las obras que se están haciendo la dotaban de un aire mas moderno.